Adolf Hitler es nombrado Canciller del Reich por el Presidente, Mariscal Von Hindemburg.
Winston Churchill, antes de caer en las garras de su prestamista, dijo -refiriéndose a Hitler-: «Todas las Naciones tienen un Monumento al Soldado Desconocido. En Alemania, ese Soldado habita en la Cancillería».
En el Derecho Romano, la ingenuidad es la calidad de quien nunca ha sido esclavo. El término ingenuo proviene del prefijo ‘in’ -dentro- y del término ‘genus’ -linaje, estirpe-. Ingenuo es, pues, quien ha nacido dentro del linaje Romano. En las acepciones modernas, ingenuidad es inocencia, pureza del alma.
Bajo una u otra acepción, muchos Europeos, y No-Europeos, nos hemos aproximado desde la infancia a la figura de Hitler. Ese es mi caso. En mi Colonia, los chavales estábamos sujetos a una jerarquía, en cuyos rangos superiores estaban los ‘mayores’. Tendría yo 10-11 años. Tras jugar, o en un intervalo, nos aproximábamos a escuchar las conversaciones de los ‘mayores’ -13 a 15 años-. El tema, en muchos casos, era la Política y la Historia. Así, empecé a interesarme por un tal Hitler, que «había combatido por igual al Capitalismo y al Comunismo ateo, al frente del mejor Ejército del mundo». Y contra todo el Mundo. Es difícil, por no decir imposible, a esa edad ingenua, no querer convertirte en uno de los seguidores de aquel César. Máxime cuando su figura, sus Símbolos y todo lo que le rodeaba estaban envueltos por un halo de misterio y prohibición: «Sus enemigos esparcieron sus cenizas».
Salía un día con mis padres y mi hermana y, en la puerta de la Verja, había pintada con tiza una cruz, la misma que los ‘mayores’ decían que era el Emblema de los Soldados de Hitler. Le pregunté a mi padre, pero me dijo algo así como «tú no tienes que ocuparte de esas cosas». Con lo que aumentó mi intriga y mi interés. Además, la Cruz Gamada me parecía magnífica. Era el Símbolo de lo Prohibido, que, finalmente, Retornará.
Un buen día, le pregunté a mi padre por Hitler. Puso gesto de extrañeza -«¿donde has oído tú hablar de Hitler?»-. Pero, finalmente, ‘claudicó’ y me confirmó lo que hablaban los ‘mayores’: «Hitler había sido el Paladín de Occidente».
Así, empezó mi Iniciación. Unos años más tarde, vino el Mi Lucha. Y mi juramento de fidelidad, el que se presta con el alma. Un juramento así prestado, con el alma ingenua, no caduca jamás.
Pedro Pablo Peña.