Salamanca, 1937. «Un Estado Totalitario armonizará en España el funcionamiento de todas las capacidades y energías del país, en el que, dentro de la Unidad Nacional, el trabajo, estimado como el más ineludible de los deberes, será el único exponente de la Voluntad Popular.» (Francisco Franco, Caudillo de España y Generalísimo de los Ejércitos).

Luego, vinieron la Derrota de Alemania y de Europa (1945), el aislamiento internacional, la Voluntad de los Españoles de vencer sobre ese aislamiento mediante el patriotismo y la autarquía, los acuerdos con EEUU -con la hipoteca sobre la Soberanía Nacional, que suponían, el fin del aislamiento, los tecnócratas y el desarrollismo económico, el tardofranquismo y la designación de Sucesor en la persona de Juan Carlos de Borbón. Y, tras la muerte de Franco -tal día como hoy, hace 47 años-, el inicio del desmantelamiento del Nuevo Estado, iniciado ya en la última fase del Franquismo.

Quienes nos incorporamos a la militancia política en los años 1968 y siguientes, éramos conscientes que los últimos Gobiernos de Franco eran una mierda -no merecen otro término-, como lo eran los Ejércitos. Unos y otros, la Clase Política del Régimen de Franco -ya no era el Nuevo Estado- y la Milicia, eran unos capones, incapaces de afrontar la creciente subversión. Los militantes -la mayoría estudiantes universitarios, algunos de Enseñanzas Medias y algunos Falangistas y Carlistas Irreductibles- despreciábamos el Régimen de Franco, a sus ministros y a la mayoría de sus Generales. A veces, incluso a Franco. Pero, éramos Escuadras de chavales, sin mandos, ni estructura. Nos guiaban la Fe en la Misión histórica de España y la Voluntad de revertir el Régimen de Franco -esa Burocracia inerte- hasta hacer vigente el Nuevo Estado nacido de la Cruzada, el Estado Totalitario que Franco declaró en Salamanca -Capital de la España Nacional-, en 1937.

¿Con qué contábamos en nuestra mente para esa tarea? La respuesta es: con el Sector duro de los Ejércitos, la Falange aún viva en la Burocracia del Movimiento Nacional, Fuerza Nueva -que era un soplo de aire limpio- y nosotros mismos. ¿Utopía, ensoñación o realidad? Creo que fue posible. Tarancón -cabeza de una Iglesia miserable-, ETA, el FRAP, la subversión en la Universidad y en algunos centros fabriles y los ataques a España en las democracias putrefactas de la Europa Occidental, estaban despertando muchas conciencias y la voluntad de muchos patriotas. Finalmente, el Golpe de Timón no se produjo. Fallaron los Militares. Sólo respondieron los militantes. Pero, ya era otro escenario: la Transición.

Pedro Pablo Peña.