En esa máxima se resumía el discurso a favor de la Ley de Reforma Política, que permitía desmontar los Principios y las Leyes Fundamentales del Estado Español y sustituirlos por una Constitución que ponía fin a la Confesionalidad Católica de la Nación Española y que consagraba el Estado de las Autonomías y la Monarquía-florero.

¿A qué se refería Adolfo Suárez con eso de que «todo cambie para que no cambie nada»? La respuesta ha quedado clara tras 42 años de vida de la Constitución: al Orden Socioeconómico. Se han cambiado los Principios Fundamentales del Estado, se ha desterrado el patriotismo, la Moral Católica, el Derecho a la Vida, la Libertad personal, la Justicia Social, el Bien Común. Pero, las grandes familias, que controlan el Poder económico y ocupan la cúspide de la Sociedad, no han sido tocadas. Y la concepción capitalista de la propiedad y de la Economía han sido impuestas.

Aquel 6 de diciembre de 1978, el Pueblo Español sellaba, alegre y confiado, su destino. Sembró estupidez, debilidad y cobardía y, hoy, recoge la cosecha: Soberanía hipotecada, Unidad Nacional resquebrajada, Corrupción general, Ruina económica y Control Social.

Aquel 6 de diciembre de 1978, culminaba un largo proceso contra el Nuevo Estado nacido de la Cruzada. Un proceso que se inició en 1956, o tal vez antes. A partir de ese año -1956-, el Régimen Nacional era algo mortecino. El harakiri del Régimen Político Nacional culminó en la votación de la Ley de Reforma Política en las Cortes Españolas, pero llevaba preparándose muchos años. Recuerdo muy bien, siendo un chaval de 15 ó 16 años, el nacimiento de la Revista Fuerza Nueva, que no era sino un intento de defensa de la Ortodoxia del Nuevo Estado frente al llamado ‘aperturismo político’, que trataba de desmontarlo desde dentro para lograr la ‘homologación con Europa’. Recuerdo, también muy bien, las descalificaciones y ataques a Fuerza Nueva por parte de la Clase política del Régimen, que, en su inmensa mayoría, carecía de Ideales y, sobre todo, de virilidad. Y recuerdo, perfectamente, el odio disfrazado de algunos ‘falangistas’ del Movimiento Nacional contra ese soplo de aire fresco que fue esa Revista. En ello les iban sus nóminas: a unos como chupatintas en algún Organismo del Movimiento; a otros como procuradores en Cortes o como Consejeros Nacionales. El Felón y Adolfo Suárez no fueron los únicos traidores, hubo muchísimos más.